"ME TOMAN Y ME DEJAN"

Hay películas que muestran las vidas de los juguetes, pero nadie sabe lo que es ser una muñeca como la que soy. No una barbie de esas flacuchentas estupendosas, a las que les compran y cambian ropas según la ocasión; que tienen casas con piscina y toda una serie de instalaciones que las hacen vivir, e incluso enamorarse del famoso Ken. Tampoco soy de trapo, de esas que los niños y, principalmente las niñas abrazan y hacen su compañera de sueños, y cuando las dejan tiradas y olvidadas en el suelo, siempre alguien las levanta y las vuelve a la cama, incluso acompañada del calor de otro peluche. Si que me gustaría ser de éstas porque siempre dan ganas de abrazarlas y se transforman en necesarias. O como esas muñecas antiguas, de porcelana, medias terroríficas, pero que son una reliquia artística que muchos conservan a través de las generaciones. 

Soy de plástico. Con las piernas y brazos bien tiesos, medio helados y si me ponen cerca del fuego, capaz que me derrita y ahí quede, tirada en un basurero, sin que a nadie le importe. Soy plástica, con pelo plateado; ni siquiera de las que tienen largas pestañas, que abren y cierran los ojos; los tengo siempre abiertos. Es terrible vivir así, porque estoy en todo sin que nadie se de cuenta. Aún cuando duermo, el hecho que mis ojos no cierren, no me permite descansar: es un estado de alerta, día y noche, que me obliga a verlo todo, estar atenta sin quererlo y, sin que nadie sepa, porque ni siquiera hablo. Me toman y me dejan como a un bulto, sin considerar que me podría doler, caer, o que tengo miedo.

"Si los perros hablaran", es un comentario que hacen muchos. Incluso "si las paredes hablaran", pero nadie, o pocos han pensado si yo lo hiciera, todo lo que contaría. No, a mi me dan poca vida, a no ser que alguien se encariñe desde el principio conmigo, quizás porque fui su primer regalo, o porque como tengo el pelo medio brillante, plateado, a veces creen que soy como las princesas o algo así. Pero entre tanto juguete y regalo que le dan a los niños, esas virtudes dejan de importar al poco tiempo y se sigue siendo un objeto más entre tantos. 

Cuando llegué, recién nuevita y directo de la juguetería, la niñita que estaba de cumpleaños se encariñó mucho conmigo. Estaba fascinada, incluso teniendo yo ese olor a plástico, guaaac!!; o quizás por el gusto al brillo que tienen algunas personas, decía que yo era la más linda de todas. Y así, fui el chiche el primer día, el segundo, hasta el tercero que llegó la tragedia. 

De regreso del colegio, la niña me encontró tirada en el suelo y cayó en llanto: su hermano menor me había rayado la frente con lápiz pasta y éste quedó pegado para siempre, nunca más se pudo sacar. Yo intenté advertirle al cabro chico, pero fue imposible, obvio, si no puedo hablar...osea, ya... si.. me refiero a hablar bien, como corresponde, porque igual tengo mi maquinita de discos que dice "buenos días", "quiero hacer pipí" y todas esas cosas programadas de cinco frases, pero nada que me implique. 

Se los quise advertir...pero claro, salieron apurados en la mañana y me dejaron ahí, tirada en el suelo y también al lápiz. Ese fue el error, dejar un lápiz al alcance de un niño...y una muñeca como yo. Con la rabia que debe haber tenido el cabro chico, por la celebración del cumple y el protagonismo de su hermana. O quizás fue porque encontró estas dos cosas a la vez e ingenuamente, quiso probar como resultaba... y las juntó...pasó su lápiz por mi frente y ahí quedó, ahí quedé, rayada para siempre. 

El griterío que se formó cuando llegó la niña y vio este espanto de regalo de hace cuatro días. Solo cuatro días de duración tuvo la belleza de la muñeca de cabeza plateada, la más linda de todas. Por suerte la niña fue considerada y se quedó conmigo y con mi ralladura por mucho tiempo más. 

Curiosamente ahí fue cuando realmente empecé existir. 










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